martes, 19 de noviembre de 2013

Me encontraste

Por Alicia Moussard
Septiembre 2013

Me encontraste. No lo esperaba. Sabía de ti, pero hace mucho tiempo que tú me habías olvidado. El destino es juguetón con quienes juegan a ser Dios. ¡Claro que me refiero a ti! A tu necesidad de sobrevivir en una sociedad sin tachas para tu esplendor, tu honor, tu poder.

Anduve caminos innombrables desde que me dejaste, o mejor, desde que me abandonaste, no a mi suerte, si no a la suerte de quien tuviera la compasión de cuidarme, pero no encontré esa humanidad.

Como te decía, anduve caminos oscuros, sin fe, sin esperanza. Los miedos, la humedad, las noches sin alimento, dejaron en mí cicatrices que se ven muy bien y otras que palpitan ligera pero persistentemente en mí ser. Crecí mirando al infinito, esperando; ¿esperando qué?, ¿cómo esperas lo que no conoces, lo que no tienes?

Mientras iba creciendo me sentaba frente a los reflejos de los charcos de agua que mojaban mis pies descalzos y miraba, tal vez con envidia, a todos aquellos niños tomados de la mano de ese alguien que los cuidaba, que los motivaba, que los reprendía y hasta les gritaba. Yo no preguntaba. No entendía.

Cada día en la intransitable franja del abuso y la humillación, mis pies siguieron los pasos difíciles del dolor, del odio, de la traición. Mi cuerpo se desvistió ante la necesidad de comer y dormir, mis manos se transformaron en herramientas de la maldad y la rabia y mi rostro aprendió a calibrar el dolor para mostrarlo solamente en mis noches de soledad. Dejé que los demás vivieran al sobreviviente, al rostro que luchó, al que no se dejó vencer físicamente, pero que dejó su alma en una alcantarilla de temor. Sencillamente se me perdió.

Como explicarte las sensaciones y emociones que se mezclaban con ese afán de encontrarte, sin saber que te buscaba. Entre la penumbra de las noches en los calles poco transitadas de La Hoyada, pero cargadas de historias en blanco y negro, con manchas rojas y sabores amargos, con olores dignos de las vivencias del protagonista de EL Perfume, aprendí a escurrirme, a enfrentarme, a lamer mis heridas, a rebuscarme y a perderme. No fui un niño inquieto, no fui un adolescente rebelde, no fui un joven inquieto, ni llegaré a ser un hombre feliz, sencillamente no fui, soy aquel a quien dejaste ir.

Ahora puedes ver a través de ese espejo, junto a ese policía acusador, mi mirada escrutadora, pero perdida; ahora puedes revisar en un prontuario mi paso por la vida; veintinueve años, extraviado en un mundo sin respuesta, en un mundo que tú armaste.

No sé cómo lamentar que dentro de ese mundo me haya llevado por delante a la dulce joven que hoy sabemos ambos que es mi hermana, quien fue tu hija. Tal vez ya no puedas hacer nada por ella, pero ¿podrás hacer algo por mí?